19 feb 2015
Elementos culturales del paisaje rural
Hoy
empezamos a valorar
aquello que construyeron quienes nos han precedido. Lejos de la
majestuosidad de otras obras, las creaciones humanas que salpican
nuestros paisajes rurales tradicionales (antiguos caminos y veredas,
cercas de prados, de huertos y cortinas, viejos puentes de piedra,
presas y azudes, molinos y palomares, etc.) constituyen un importante
patrimonio cultural a conservar y proteger.
Su
integración
en el entorno natural es tal que parecen brotar de la tierra, antes
que tratarse de construcciones humanas. Deslumbra igualmente la
destreza con que sus creadores las llevaron a término, sobre todo
por los pocos recursos empleados en su construcción, tan
rudimentaria que únicamente está basada en la habilidosa colocación
de piezas, muchas veces tal como fueron encontradas en la naturaleza.
Una simple organización de elementos naturales en la que tampoco el
autor atribuía a sus creaciones la trascendencia que hoy le damos.
Pero
estas estructuras, como toda creación humana, requieren de un
mantenimiento para su persistencia en el tiempo. Precisamente
el cese de las prácticas tradicionales y el consiguiente abandono de
estos elementos es el que ha puesto en serio riesgo su conservación.
Existen
también otras amenazas, derivadas de la agricultura moderna.
El uso de potente maquinaria o los reajustes en la propiedad del
suelo (la concentración parcelaria) encuentran, en la perenne
búsqueda de mayor productividad agraria (en el mejor de los casos),
un obstáculo en algunas de estas estructuras.
Parece,
entonces, que la conservación pasa únicamente por el uso de estos
elementos, tal y como sucedía antiguamente. Pero si advertimos que
difícilmente puede darse ya un mantenimiento tradicional en
todos los casos, estaremos aceptando la imposibilidad de conservar
todo este patrimonio.
Sin
que deje de ser la opción preferible, hay alternativas a la
conservación vía usos tradicionales. Muchos molinos de agua, por
ejemplo, han sido restaurados -con mayor o menor fortuna- gracias a
una intervención que no respondía a la necesidad práctica sino al
reconocimiento de su valor patrimonial. Es una conservación
taxidérmica, sin la vitalidad que otorga el uso, pero
preferible a su abandono y consiguiente desaparición.
La
sociedad debe articular los medios necesarios para actuar sobre este
delicioso fruto de su mismo ser, visto que las actuales
administraciones públicas no son capaces de dar respuesta al
problema. Si nuestro maltrecho patrimonio natural y cultural es
alabado por quienes nos visitan, imaginemos lo que ocurriría si
empezamos a hacer algo por conservarlo.
Pedro
Gómez Turiel. Asociación Para la Defensa del Paisaje “El
Cigüeñal”.
Publicado en el boletín "Humanisferium" número 2, post-antruejo 2015
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